sábado, diciembre 04, 2004

la última hoja del otoño

Paseaba por aquella fría y gris calle, pensando en demasiadas cosas a un mismo tiempo, y en ninguna a la vez. Hacía frío, no solo era la frialdad de aquella calle lo que me atería, sino también el frío que venía empañado y empujado hasta mis huesos por la humedad de aquella niebla que todo teñía de gris, escondiéndolo de mi mirada.
Las calles estaban desiertas a pesar de ser tan solo las ocho y media de la tarde, quizá hacía demasiado frío para salir o el partido del plus era demasiado interesante como para dedicarse a pasear, cansado, en busca de hojas secas, recuerdos, y la llegada de un tren a una pequeña estación. Seguí paseando hasta llegar al barrio; pasé junto al parque que años atrás me vio crecer, aprender a andar en bicicleta, a bailar una peonza, allí donde todavía en las tardes de lluvia como la de hoy, de fina lluvia entre la niebla, olvidaba al volver corriendo a casa en aquellos mismos charcos mis chapas, con las caras de Perico Delgado, Anselmo Fuertes, Álvaro Pino, y mi favorito, Cubino, en aquel pequeño circuito trazado con tiza; donde perdí tantas canicas en un hoyo en la arena, cerca de los columpios, aquellas pequeñas catapultas que siempre pensé que, algún día, me a harían llegar a las estrellas, y alcanzar, o al menos rozar, una de ellas.

Había vuelto aquí quizá en busca de lo que en estos momentos encontraba, nostalgia. Había pasado demasiado tiempo desde entonces, había crecido tan deprisa, y tenía aún tantos miedos, tantas cosas que callé, tantas que no quise guardar, tantas cosas… Empezó entonces a soplar el viento, arrastrando tras de sí las hojas de los castaños que flanqueaban los caminos del parque, caían en una densa y momentánea lluvia, en la que cada segundo transcurría un segundo más despacio, tan solo eso, un segundo más.

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