viernes, marzo 21, 2008

el verano que estuve enfermo

Aún recuerdo como, cada mañana, antes de irte a trabajar, me dejabas el desayuno en la mesilla y me dabas los buenos días con un beso suave en los labios precedido de un susurrado “te echaré de menos hoy”.

Recuerdo también que tardaba un poco en incorporarme y tomar el desayuno. Y, casi siempre, al poco de acabarlo sonaba el teléfono y eras tú, preguntándome si hoy me levantaría de la cama, que hacía un día estupendo, que podía salir a dar un paseo hasta el parque de enfrente de casa o a hacer algún recado; y yo te contestaba que aún no me veía con fuerza.

Recuerdo que siempre llegabas con el tiempo justo de hacer algo de comer, que apenas comías mientras te esforzabas porque yo comiera algo sentada al borde de la cama, que, cuando ibas al baño antes de volver al trabajo con el tiempo justo, lo hacías para que no te viera llorar.

Recuerdo las tardes interminables sin atreverme a salir de la cama, esperándote, echándote de menos. Y recuerdo que una de esas tardes me di cuenta de que tú llevabas tanto tiempo echándome de menos cada día porque me había ido. Fue el día que entró una hoja seca por la ventana anunciando el principio de un otoño temprano, cuando me di cuenta que te estaba contagiando mi enfermedad, que ya no podrías con tanta tristeza. Ese día, decidí levantarme de la cama, preparar algo de cena y esperarte para cenar.

Hoy me alegro de que no desistieras, de que aquel día cogieras el mismo autobús de siempre, y volvieras a casa, como cada día de aquel verano.

5 comentarios:

***SaRa*** dijo...

precioso como siempre

Laura dijo...

a veces te echo de menos
como ahora mismo

Elendaewen dijo...

Hay gente que guarda nuestro camino mientras nos perdemos.

Saludos.

Anónimo dijo...

Increíble. Terminé de leer con el vello erizado, como siempre.
Gracias por regalarnos tanta ternura.

Anónimo dijo...

Ternura en cada letra tuya, esa es la palabra exacta.