Jose bajó la trapa y comenzó a recoger las mesas. En el bar ya sólo quedábamos él, yo, y aquel hombre desconocido de barba rala, con gorra de paño, bufanda de lana, jersey, vaqueros y camperas. Le daba vueltas en el fondo de su vaso a un aguardiente, y yo, movido por esa hermandad que se establece entre los que bebemos solos, me acerqué a su lado. Bebimos en silencio acabando con lo poco que quedaba en nuestros vasos, con un último sorbo largo, estirando el sabor de lo que apenas quedaba.
-¿Sabe?, ella era hermosa y dulce, y tenía el labio inferior más sensual del universo.
En ese momento, pedí a Jose con la mirada una nueva ronda; sus ojos cansados me decían que sería la última de esa noche, pero que la aceptaba. Sirvió para los tres, y con un silencio respetuoso, dimos pie a nuestro hermano de barra para que continuara con su historia.
-Me fue arrastrando, ¿saben? Era bello seguirla por aquel sendero entre el pecado y la más grande de las inocencias, que no es otra que la de los idiotas como yo. Me deje llevar, y acabé soldando mis labios a los suyos, y mis manos a sus caderas...aquellas caderas donde le lluvia se volvía salvaje y yo, yo solo podía sentir el deseo bajo mi piel. Con ella sentí como nunca antes había sentido el impulso erótico que nos confunde y acaba rigiendo nuestras vidas. Créanme, desdichada vida aquella la que se deja guiar por la pasión, pero quizá la única que merezca la pena vivir.
Nos quedamos los tres en silencio, reflexionando, dejándonos sentir, refugiándonos cada uno en nuestro pequeño demonio, en el súcubo que nos impedía dormir cada noche. Apuramos en silencio las bebidas, y nos despedimos con un apretón de manos. Salí a la calle al poco que aquel hombre, y marché en dirección contraria, pues había algo en él que me hacía rehuirle. Bajé hacia el barrio de siempre, con mi propio súcubo en la cabeza y en el pecho, impidiéndome respirar. Y, al mirar mi reflejo en el portal, vi a aquel hombre, con su gorra de paño y su bufanda, en vaqueros y camperas, con barba rala y pelo entrecano. Abrí con prisas por encontrarle, y, me di cuenta, que aquel hombre era mi reflejo.
Y por eso hoy bebo en silencio, con mi súcubo de formas breves, de pelo ensortijado y azabache, esa mujer hermosa y dulce, que tiene el labio inferior más sensual del universo, y en cuyas caderas, la lluvia se vuelve salvaje, clavada en mi pecho, impidiéndome respirar, y haciendo más amargo el último trago. Y por eso hoy apuro los vasos como apuro la vida, con la pasión y la inocencia del idiota, estirando el sabor de lo que apenas queda.
1 comentario:
Esta noche mi propio súcubo ha venido a visitarme. Y me ha hecho echar de menos más de lo que nadie podría soportar.
Ha conseguido que añore incluso aquello que no ha ocurrido; que los fantasmas de lo que aún está por suceder poblasen mis sueños.
Crueldad de súcubo...
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