En aquel local, que hoy está cerrado, estaba aquella mercería. No recuerdo bien su nombre, pero sí su escaparate lleno de hilos, telas, esmaltes,… , aunque hoy solo tenga un cartel de “se alquila”. Me parecía tan grande entonces, cuando era pequeña, y hoy, ya ves, apenas es poco más que una de las ventanas de casa.
Recuerdo cuando, de pequeñas, mi amiga Milagritos y yo, rebuscábamos por casa, y a veces incluso en la basura, pequeños frascos, de los de las inyecciones o así, y los llevábamos para comprar esmalte. Entonces el esmalte se vendía al peso, y por una peseta, o tal vez algo menos, llenábamos aquellos frasquitos de esmalte, con el que luego nos pintábamos las uñas utilizando alguna plumilla de las gallinas. Éramos muy pequeñas, pero me acuerdo…¡qué bien lo pasábamos!
También recuerdo que en Navidades, cuando se acercaban los Reyes, siempre íbamos allí a mirar algo que pedirles, pues de aquella no había tele ni anuncios que nos llamasen la atención, y aquella mercería era, con diferencia, la tienda más llamativa del barrio. Recuerdo que la dueña, que no recuerdo como se llamaba (pero bueno, ya sabes lo desastre que soy para los nombres), siempre nos preguntaba si veíamos algo que nos gustara, y si se lo íbamos a pedir a los Reyes, y cuando la decíamos que sí, ella siempre nos contestaba: “cuando pasen por aquí, yo se lo diré”, nos decía, con una sonrisa en su boca. Qué paciencia tenía aquella mujer, aunque creo recordar que no tuvo nunca hijos, pero no estoy muy segura.
Hay que ver, hijo, lo mucho que han cambiado las cosas desde entonces…
4 comentarios:
Es precioso.
Yo también les he escrito una historia a mis padres con sabor a pasado... será la navidad (y mira que me gusta poco).
Seguro que le encanta.
Cuando nos hacemos mayores todas las cosas dejan de parecernos grandes y no sé porque extraña razón,además, brillan menos. Afortunadamente, algunos nunca dejamos de tener un wee foot
besitos
te acabo de encontrar un lunar...
te acabo de encontrar un lunar...
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