miércoles, marzo 15, 2006

la carta que no...

Aún no podía acabar de creerse lo que veían sus ojos. Aquella carta que ahora leía tan cargada con todo sus miedos. No, no era posible. O no debería serlo. No podía soportar la idea de enfrentarse a otro adiós. A su adiós. Al punto final de todo lo que habían vivido.

Sintió en ese momento cómo todo un mundo, su mundo, comenzaba a tambalearse bajo sus pies; cómo se deshacía en escombros cada una de sus ilusiones, y sentía cada uno de esos escombros golpeándole, siendo cada golpe, cada vez, más doloroso, tanto que, esta vez, no tuvo valor, ni fuerzas, ni, lo que es peor, ganas de reprimir su llanto. Fue en ese momento cuando comenzaron a deslizarse por sus mejillas lentas lágrimas, cargados de sal, ahondando así con más dolor las heridas que iban dejando a su paso. Y en el seno de cada una de ellas retumbaba el eco del “¿por qué?” que su alma gritaba desconcertada, cada vez con más fuerza, aturdiéndole cada vez más, hundiéndole cada vez más en su propia miseria.

La rabia le cegaba, y, en pleno ataque de ira, destrozó en pedazos la carta para después tirarla contra la nada, sembrando así el suelo de su cuarto con jirones de sus más callados miedos.

Salió del dormitorio ansiando escapar de sí misma, de todas aquellas palabras cargadas de tristeza que ahora sembraban su cuarto. No entendía. No podía entender el por qué de este adiós, que ninguno de los dos deseaba. Le aturdía la sola idea de que ya no habría un futuro. Que ya no volvería para irse a vivir juntos, ahorrando al máximo de su sueldo mientras él preparaba sus oposiciones y se ocupaba de la casa. Ahorrando para aquella hipoteca, para asegurarse un futuro; para construir una familia. Para todas esas cosas tan normales y tan cotidianas, que ya nunca podría tener.

Se sentó en una de las sillas de la cocina, y, sin parar de llorar, con las manos alrededor de su cabeza, temblando encogida sobre la mesa, gritaba con sus ahogados silencios, maldiciendo todo aquello. Aquella decisión que él había tomado dos años atrás, para poder ahorrar más, y asegurar dos sueldos para un mejor futuro. Estaban tan seguros de que nada malo podría pasar. Además, él lo llevaba bien. Siempre pensó que no aguantaría. Pero él aguantaba, pensando siempre en su futuro. Dos meses más, y habría vuelto, y ya no seguiría allí. Lo dejaría, pues ya tenían suficiente dinero para comenzar una vida juntos. Además, con su nuevo puesto de encargada en la tienda, y lo que había ahorrado, podría preparar sin agobios las oposiciones. Y en cuanto las sacase, a por el niño. Pero ya no. Ya no.

Nunca hubiera imaginado que esto podría llegar a pasar. ¿Quién podría pensar que un país como España se embarcaría en una guerra tan absurda? ¿Cuál era la probabilidad de que a él le tocara ir a Irak? Notaba como el odio se acumulaba en sus manos; sentía como se dormían, cómo ya no podía más. Habían destrozado su vida. Ellos habían destrozado su vida. Ellos, que tomaban decisiones desde un despacho, entre todo el lujo que ella ni siquiera deseaba.

Mientras, en el suelo de su cuarto, aquella carta del Ministerio de Defensa seguía destrozada, tanto como las vidas que destrozaba al llegar. Mientras, en algún rincón de aquel enorme y suntuoso rancho de Tejas, los malditos hombres, bastardos enriquecidos, crecidos por el poder que les había sido prestado, jugaban a ser los amos del mundo, volviendo a destrozar vidas ajenas, cegados por su afán.

5 comentarios:

Julia Moreno dijo...

...me has dejado paralizada con el final, es impredecible, no imaginas como va a apuñalarte el corazón tus ultimas estrofas...que triste, que real y lamentablemente que cercano...vuelves a calar por dentro, ojalá no fuera mas que una de esas historias fantasticas...

Anónimo dijo...

Desde luego, me he quedado sin saber qué decir...
Tienes el don de revolver algo aquí adentro con cada texto que escribes.

Y supongo que no muy en el fondo este es tan real... que te hace plantearte en qué clase de mundo estamos viviendo, y qué clase de gente gana o pierde siempre.

arg, qué injusto, qué impotencia, qué rabia, qué todo...

Anónimo dijo...

me has vuelto a sorprender...nadie podía llegar a imaginar ese final...empezaba pareciendo ser un desengaño amoroso...y...
puf!qué chof...las verdades son así, y duelen...supongo que de estos temas la gente nunca se acuerda,xo es cierto que muxa gente q se va...ya no regresa.espero q ste no sea un caso cercano a ti, xq d veras, q es muy trágico.
enhorabuena por tu texto, y gracias una vez más por hacernos reflexionar y darnos cuenta de las pekeñas cosas.eres un artista!

Elena -sin h- dijo...

Me has dejado helada... el corazón se me ha parada un poquito cuando ha intuído el giro final para encogerse al llegar a la última línea... Y es tan triste y tan real...

manue dijo...

Fuerzas Armadas... armadas... armadas de q? de jóvenes que buscan sus sueños entre tropas? Nadie debería de jugar con los sueños de nadie, con las vidas de nadie, con las manos de nadie... y aún así son nuestras manos las que eligen a un dueño...
prohibir el daño, la codicia, las manos sucias, la injusticia... "Ojalá algún día no tengamos que prohibir"