No llegaba a entender del todo tu llamada. Hacía siete años que no sabía nada de ti. Siete años sin tener noticias tuyas. Siete años que te levantaste temprano y, sin explicaciones ni ruido, te fuiste, dejándome dormido y solo. Siete años, en definitiva, desde que me rompiste por última vez; desde que huiste.
Llegabas con paso acelerado, con una sonrisa amplia, aunque nerviosa. Eras todo cortesía. Creo que, en realidad, te alegrabas de verme tanto como aparentabas; y eso, después de todo, me hizo sonreír.
Entramos en aquel café, y, al calor de un té rojo y un cortado, me contaste que había sido de ti durante aquellos siete años, que, al agotarlos en tu imparable charla, recordaste el tiempo que compartimos, eso sí, pasando por alto tu marcha, tu adiós; en resumen, mis dudas.
Hablabas rápido, gesticulando mucho; si no fuera por lo mucho que ahora fumabas, hubiera jurado que no habías cambiado, pues, después de todo, en tu mirada se seguía viendo que ninguno de los muñecos que rompiste en estos siete años, y antes, habían borrado la soledad que la empañaba. Me daba cuenta que seguías siendo la misma de entonces; aquella de la que, entonces, me enamoré. Esa que, hoy, ahora, ya sólo significaba un recuerdo.
Contestaba a tus frases rápidas con media sonrisa y afirmaciones. Aún así, ni te despreciaba, ni te trataba de loca, ni mucho menos, de tonta. En uno de esos momentos me recordaste el día que, al volver del trabajo, te encontré apoyada en la puerta de la habitación, con dos espumaderas cubriendo tus pechos, un folio improvisado un sombrero de chef como único atuendo, y un “hoy voy a cocinarte antes de devorarte” como saludo, antes de abalanzarte sobre mí. Al recordarlo, una risa cálida me invadió, como si tus palabras despertaran viejas cosquillas, y, al verme reír, tomaste mi mano, y, un poco temblorosa en tus dedos y tu voz, me dijiste “ríete, ríete todo lo que puedas. Ríete de mí si quieres, pero por favor, no me ignores. Sabes que nunca soporté la indiferencia”.
Tus dedos fríos, tus palabras sinceras y duras, y tu mirada brillante atravesándome me hicieron saber que habías bailado demasiado, bebido demasiado, besado demasiado, llorado demasiado. En fin, que te habías cansado del juego.
Al despedirnos a la puerta de aquel café con un abrazo y un hasta pronto, sentí, que, por un momento, podría haberte llamado amiga, y que tendrías que pasar al menos otros siete años para volver a vernos.
12 comentarios:
Joder... no sé cómo lo haces, pero me dejas pillada...
Besos varios... de todos los colores y sabores...
P.D.: No tardes tanto entre un post y otro, por favor.
Tiene razón. Que andamos aquí impacientes.... anda.... no tardes tanto...
Precioso pqueño. Como siempre.
cada dia me sorprendes mas pablo:)
ya sabes.. besitos*
m
te olvidaba cada dia un poco mas...y te construia en sueños.
el tiempo me comia
la lluvia me extraia el corazon
las estrellas caian...pero siempre esatabas TU, en cada rincon, olvidandome sin rencor.
7 es tan buen número como otro. La diferencia está en cómo lo haya gastado.
Saludos =)
"... O puede que sea por hacer entrar ya en razón y llegar a comprender que dentro de este horror no hay literatura, no. Y eso tu lo sabes bién, a fuerza de caer una y otra vez en esta trampa mortal que en el tiempo dura ya ocho años y medio. Seré muy breve: te quiero y esto duele."
Conoces la canción...?
PD: Me ha parecido precioso tu blog. Con tu permiso creo un enlace al mío... MUXUS
precioso...
y a veces, sí que es necesario que sea a intervalos de 7 años, para que otras cosas no salgan a flote
un abrazo, y me alegro de tu vuelta
en el fondo las cosas basicas no cambian. Pero creo que a una persona como tu, no la habria dejado escapar de esa forma.
no sé por qué se me llenaron los ojos de lágrimas al leer esto.
besos
...siete años...a veces, muchos más.
Begoña
A veces hacen falta siete años para darnos cuenta de los errores cometidos en el pasado, y entonces, ya es demasiado tarde.
Abrazos desde la Atalaya.
love of lesbian inspired?
Publicar un comentario