Puedes ponerle un salakov a un cura y no por ello el cura hablará de Darwin y admitirá q no todos somos hijos de Dios hechos uno a uno por Él, diseñados en su maravillosa mesa de ingeniero divino, ni tampoco puedes esperar que admita que hay trozos de algo que ni tan siquiera imaginaba que tienen más años de los que la Biblia dice que tiene la tierra. Seguramente, si consigues ponerle un salakov a un cura solo consigas un cura con un sombrero bastante gracioso en la cabeza. Sería como si le pusieras un alzacuellos a Dawkins; no creas que por ello dejará de hablar de espejismos y genes egoístas. A veces las cosas no son más que lo que parece que pueden llegar a ser. Nadie cambia el mundo con una patata; aunque una patata puede ser suficiente para cambiar una vida o reventar un tubo de escape. Mi madre siempre decía que no debes fiarte de las apariencias, y tenía razón. No por mucho que el hijo de un juez sea de izquierdas y se vista con ropa de mercadillos de segunda mano deja de ser hijo de un juez, aunque eso tampoco tiene porqué ser malo.
Un cura con un salakov y sentido del humor puede ser como un arriero con un sombrero de paja contando un chiste; ahora, si tiene mal humor, puede ser tan molesto como un grano en un sitio indebido, si es que los granos tienen algún sitio al que deberse.
Alejandro era algo así como un grano, no porque se considerase una persona molesta, al contrario, era un chico educado, correcto y muy discreto, sino porque tampoco sentía que encajara bien en ningún lugar, y no tardaba en encontrarse incómodo cuando acudía a una fiesta o algún otro sitio con demasiada gente, como una manifestación o una cena con una chica. Pero eso no es que le importara demasiado, a veces al contrario, se congratulaba de su capacidad de ser distinto, pensando “es bueno serlo”, pero después se aburría de no encontrar un tema de conversación que no le aburriese, o algo que hacer que no le resultara tedioso. Alejandro no era un vago, como decía su padre, aunque nunca hiciese nada que requiriese algún esfuerzo físico o mental. Quizá por eso todo le aburría, y se dejaba llevar sin más, sin ganas de dejarse llevar pero aún menos de no hacerlo. Alejandro ni siquiera sabe que es un salakov ni le interesa mucho la evolución ni la Biblia, aunque a punto estuvo de confirmar su fe ante Dios Padre Todopoderoso, porque eso suponía una comilona y una buena propina, y además, ropa bonita y elegante para un chico de 16 años, y si hay algo que a Alejandro le gustaba, era la ropa bonita y elegante. Y no es que Alejandro fuera un apasionado de la moda, pero sólo encontraba comodidad cuando notaba su vanidad cuidada e hinchada como un globo, un globo que aparta todas las demás cosas que podrían ocupar su cabeza y la vacía para verse vestido de Armani o de cualquier otra marca que sonara a cara. Eso le reconfortaba, claro, a quién no, a parte de mucha gente, pero en el fondo, Alejandro, y olvidar de una vez por todas la tentación de llamarle Alex, pues así le llama su hermano y a Alejandro no le gusta que nadie, salvo su hermano claro está, se tome esas familiaridades, sabía en el fondo de su corazón, o de su mente, o de su estómago, o de su páncreas, o de la parte de la anatomía donde quiera que se esconda el alma, sabía Alejandro que con la vanidad, con ese sentirse bien no era suficiente, que la vida tenía que tener algún misterio más, algo más que otorgar. Quizá por eso Alejandro, el día de su confirmación, con su traje de Zara, y no de Armani, algo por lo que a lo mejor todo aquello ya no merecía la pena, se puso a pensar que quizá la respuesta a ese algo estuviera en el origen de la vida, y por eso se imaginó al párroco vestido de paleontólogo analizando un coprolito, que no es otra cosa que una hez seca pero de hace millones de años, y le dio la risa. Tanto que el párroco, tan nervioso por la presencia del obispo, le echó de allí poniéndole, y porqué no decirlo sí es verdad, también poniéndose, en ridículo.
Así pues, Alejandro aquel día se acostó con la sensación de haber tenido una comilona a pesar del disgusto y la vergüenza que pasó su madre, pobre, que estaba tan ilusionada; de haber estrenado un traje, a pesar de ser de Zara y no de Armani, y de no parecer tan importante como se imaginaba en traje, no tanto por su precio como por el hecho de que un chico de 16 años no deja de ser un chico por llevar un traje; y preguntándose como demonios se llaman esos sombreros que parecen cascos que llevan los paleontólogos y que tan gracioso le quedaba al párroco.
4 comentarios:
hola de nuevo... desde el círculo del 99 que luego fue jeroglifico en la espalda y hoy diarios desde florencia. seguiré leyendote ;)
:) me encantó el relato, aunque ahora has provocado que la próxima vez que vea al cura que vive en mi edificio me lo imagine con el salakov (y una metralleta).
Por cierto, gracias por tu opinión, si te apetece verlo, he contestado lo que escribiste sobre el arte en mi blog.
Un abrazou!!
Vaya con Alejandro. No sé qué me extrañaría más, que aún se confirma gente o que sepan lo que es un salakov.
Saludos
Bueno, yo no tengo una visión tan radical de los curas, hijos de jueces y paleontólogos, pero la sonrisa me la despertaste igual :)
Un abrazo
Publicar un comentario