viernes, noviembre 13, 2009

rutinas

Y los gestos, se acotan.

Caminamos el uno al lado del otro, comentando cosas del día, con las manos en los bolsillos. Apenas nos paramos a mirar un escaparate o ante un café en el que entrar o no. Ya no hay paradas porque sí porque yo te abrace a traición y te dé un beso en el nacimiento del cuello, o porque tú te pares frente a mí para abrazarme y acurrucarte en mi hombro. Los besos se han quedado para saludar y despedirnos, y cada vez se hacen más cortos, más rápidos, más cotidianos. Ya no se detiene el mundo en la comisura de tus labios, ni se atenúan las luces de la calle mientras nos besamos despacio, entregados, dentro de un abrazo, y la cámara se aleja, pasando de un plano americano a general, suena música suave y comedidamente alegre, y sale la palabra fin, la toma ha sido buena, gracias a todos, podéis ir a casa.

Y las palabras, se esconden.

Entablamos conversaciones triviales sobre cafés, entrelazándolas con silencios que no son ni tan siquiera incómodos, con la mirada perdida a través del cristal y cada uno pensando sus cosas, sus preocupaciones, y consultamos la agenda para ver que hacemos este fin de semana, y ya no planeamos mil viajes porque siempre hay un quizá para cada idea que no ha sido contrastada con la agenda, y si tengo que hacer esto, o tienes que hacer lo otro, y no da tiempo, o quizá no llegue el dinero, que hay muchos gastos y este año va a ser difícil, y nadie dijo que fuera fácil, pero bueno, “aquí estamos, mirándonos y echándonos de menos”.

Y el tiempo, corre.

Las horas ya no pasan voladas a tu lado, “se hace tarde, es hora de volver a casa”, y no volver y subir, y “quédate un rato más”, y pasar la noche juntos sin consultar ni haber pensado en ello. Y las horas se hacen largas a veces, en medio de los silencios entre palabras de conversaciones triviales ante un café y una infusión, y miramos el reloj de reojo, porque siempre hay un sitio donde ir, una obligación que cumplir, y las horas nos soplan la nuca y pesan, y ese momento se hace eterno, y te miro pensando que porqué ya no te digo sin pensar “te quiero” y solo lo escribo o lo susurro cuando discutimos y arreglamos las cosas o no las arreglamos, pero entonces me da miedo perderte y digo todo lo que siento, y sí, te digo que te quiero porque te quiero, pero ya no lo digo porque sí, porque todo se da por sabido, igual que el camarero sabe que los miércoles a las siete estamos aquí, antes de que entres en clase, y que tú pedirás un poleo, y que yo diré que no sé que pedir, para pedirme mi café con leche de siempre.

Y los sueños, se escapan.

Y ahora hay días que me esperas en la cama mientras me quedo trabajando delante del ordenador, o que yo te espero porque me estoy quedando dormido delante de la tele, y a pesar de que cojo un libro, porque quiero esperarte despierto para besarte y darte las buenas noches, me duermo igual. Y ya no buscamos un abrazo o acurrucarnos, sino que enfrentamos las espaldas, dobladas del peso de las obligaciones y de tener que madrugar mañana; mañana que no nos besaremos para darnos los buenos días porque llevamos más de 6 horas con la boca cerrada, y esperarás adormecida a que yo me duche en vez de entrar de pronto debajo del agua. Ahora, que ya no nos despertamos a media noche ni los besos de buenas noches se convierten en hacer el amor.
Y que a cada gesto, a cada palabra, a cada hora y a cada sueño, “le sobra un pedazo de razón” que la rutina y las obligaciones nos han impuesto, y nos han robado una parte de nuestra pasión. Y que a pesar de las distancias marcadas por todos esos momentos, ya “no temo perderte, temo dormir en el sofá”. Que ahora, escribimos felicidad con minúscula.

Y, por primera vez en mucho tiempo, me doy cuenta de que te echo, y me echo, tanto de menos…

2 comentarios:

Elendaewen dijo...

"Porque no hay un recuerdo más triste, que un recuerdo feliz".

Anónimo dijo...

grande pequeño, grande!!