domingo, mayo 16, 2010

zapatos

Empezó a vomitarse los zapatos.

Por desgracia, no le sorprendió. La nausea le rondaba desde hace rato; desde que le había subido desde la boca del estómago aquel nudo que tiempo atrás había tenido en la garganta, y que creía ya tragado y digerido.

Pero no.

Volvió a salir, a subir de golpe, y golpear su dignidad y, también, sus zapatos. Aquellos zapatos de piel que tenía desde hacía 8 años y que al mirarlos, entre restos de sí mismo, le recordaban sus palabras: “nunca cambias”.

Y sus zapatos de 8 años quedaron sucios y ridículos. Y él volvió a quedar sucio y ridículo.

2 comentarios:

Salomé dijo...

Espero que saliera de allí corriendo descalzo. Eso alivia mucho.

Encantada de conocerte,
Salomé.

Lost in Translation dijo...

no se que decir, vaya por dios :(