Empezó a vomitarse los zapatos.
Por desgracia, no le sorprendió. La nausea le rondaba desde hace rato; desde que le había subido desde la boca del estómago aquel nudo que tiempo atrás había tenido en la garganta, y que creía ya tragado y digerido.
Pero no.
Volvió a salir, a subir de golpe, y golpear su dignidad y, también, sus zapatos. Aquellos zapatos de piel que tenía desde hacía 8 años y que al mirarlos, entre restos de sí mismo, le recordaban sus palabras: “nunca cambias”.
Y sus zapatos de 8 años quedaron sucios y ridículos. Y él volvió a quedar sucio y ridículo.
2 comentarios:
Espero que saliera de allí corriendo descalzo. Eso alivia mucho.
Encantada de conocerte,
Salomé.
no se que decir, vaya por dios :(
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