sábado, septiembre 04, 2010

aDios

El día antes, mamá se había pasado el día disgustada con la noticia que había aparecido en el periódico. No entendía cómo se podía demostrar que no existía algo que para ella había sido tan obvio. Y él odiaba ver disgustada a mamá.

Así, decidió esa misma mañana de sábado, que iba a solucionarlo.

Se pasó la mañana buscando sus gafas de buceo, las de la playa, aquellas enormes que le tapaban la nariz. Era muy importante que le siguieran tapando bien la nariz. También encontró junto a las gafas el tubo para respirar. La boquilla le serviría a las mil maravillas. Después de comer, se sentó en el suelo de su cuarto con su mochila, su chándal del cole, papel albal, la boquilla y las gafas y mucha, mucha cinta aislante. Para antes de cenar ya tenía preparado su traje espacial plateado, la boquilla conectada por un viejo trozo de manguera a la mochila llena de aire. Iba a necesitar tener mucho aire.

Se hizo el dormido hasta que todos se habían acostado ya, y contó pasar uno o dos minutos a toda velocidad. Salió de entre las sábanas y se puso su viejo chándal, ahora todo un traje espacial. Se ajustó las correas de la mochila y se colocó las gafas y la boquilla. Abrió la ventana de par en par, y, desde el alfeizar, se impulsó hacia el suelo.

El viaje fue distinto de lo que esperaba, pero se encontró en el firmamento antes de lo que había calculado. Y allí, descubrió la angustia por primera y última vez. La angustia de ver que aquello que atormentaba a su madre, era cierto.

Pero, mayor que la angustia que lo producía no ver a dios, fue la de darse cuenta que ya no sabía cómo volver.

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