Recuerdo el ruido del agua de las fuentes; los nenúfares aún sin florecer permanecían en silencio envueltos por el pegajoso calor de aquella estufa de ambiente tropical y suelo de forja sobre un lago artificial.
Recuerdo el ruido del agua colándose en el breve espacio que había entre nuestros cuerpos en aquel abrazo, aupada en el primer escalón para enfrentar mis labios con los ojos en los ojos, con los dedos ensortijados en el pelo y con las lenguas trabadas.
Recuerdo soñar con una noche con el ruido del agua colándose entre nuestras pieles desnudas, envueltos en un calor pegajoso, de estufa tropical, en un jardín cerrado de noche, colándonos entre sus gatos negros y sus robles discretos, empujando la vieja puerta desconchada, y encontrarnos allí, como estatuas de piel, desnudos, amándonos, entre el ruido del agua, y el aroma de nenúfares aún por florecer.
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