sábado, octubre 02, 2004

Sydney (segundo relato)

Tumbados en aquella explanada cercana al aeropuerto veíamos despegar los aviones por encima de nosotros. Todos ellos iban lejos de allí. Pero no lo suficiente lejos. Ella soñaba con escapar a Sydney, supongo que es el sitio más lejano que hay desde aquí, y que por eso quiere ir allí, que, únicamente, quiere ir lo suficientemente lejos como para poder olvidar este lugar. Fue en ese momento cuando, despegando la vista del cielo me miró, y me dijo:

-Ese puede que esté yendo a Sydney, en uno como ese será en el que nos iremos.

Cuando vi despegar ese avión entendí porque me había llevado allí, porque al verlo levantar vuelo rumbo a Sydney, o a cualquier otro lugar, me dijo que en ese avión, iríamos ella y yo. Yo sería su equipaje cuando se decidiera a escapar.

Se reincorporó sentándose, y tomando su casco de Mitch Doohan, el que le regalé por su cumpleaños, se levantó y me dijo:

-Ven, vamos a alcanzar al siguiente vuelo.

Tomé su mano y me levanté sin pensar. Siempre desde que se escapaba por el patio interior de su ventana a la mía cuando su padre llegaba borracho a casa, y se encaraba con la puerta de su cuarto, dispuesta a darla otra paliza y ella se colaba en mi cuarto, y en mi cama nos acurrucábamos asustados, tomábamos nuestras manos, y disipábamos ese miedo. Desde entonces, tomar su mano, siempre había expulsado todos mis miedos.

Llegamos al aparcamiento del aeropuerto, donde estaba aparcada su scooter, nos montamos en ella, con los cascos puestos, me agarré a ella, solía agarrarme al portaequipajes, pero aquella vez no quería tener miedo, y, si no podía tener su mano, cogerme a ella me valdría.

La carretera circulaba paralela a la pista de despegue. Esperábamos a la altura justa donde comenzaba a asomar el morro de aquel avión. Cuando empezó a moverse arrancamos, y aceleró. Íbamos a toda velocidad, a toda la velocidad que se necesita ir para igualar la cola de aquel avión…pero, al final, aquel avión también se escapó, y con él el llegar a Sydney, y ya no podríamos huir de aquí, solo refugiarnos, como de niños, en mi cama…

Cuando redujo la carretera ya había llegado a su primera curva y bajábamos dirección, a casa, sabía q estaba llorando, aunque no la oía, lo sabía. Siempre lloraba en silencio, todo lo hacía en silencio, quien no hace ruido no está, quien no está, no le puedes pegar.


(20 de agosto del 2004)

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si pules ese relato un poco podría ser un buen comienzo para una historia. Tiene buena pinta.