café de aeropuerto

A través de los cristales, te veo alejarte. Veo como te acercas al avión. Veo como te vuelves un segundo para mirarme, para decirme adiós con la mano en la que llevas tu tarjeta de embarque; veo brillar tus ojos por un segundo reflejando el sol del amanecer. Un amanecer frío en medio de la nada. Y yo, sentado solo ante este cuaderno, pegado a la ventana de la cafetería del aeropuerto, te miro sonriéndote, y te contesto tu adiós, y mis ojos también brillan porque te vas y te quiero. Porque adiós siempre fue una palabra que me encantó, pero no he sido capaz de decírtelo, y porque siempre he odiado las despedidas.

A través de los cristales te veo lanzarme un beso antes de volver a encaminarte hacia el avión donde una azafata te espera sonriente. Un beso ingrávido que no sé como consigues que temple mis labios fríos desde tu último beso de tacto, ese que me dejó con ganas de ciento y un besos más.

A través de los cristales veo como tu avión comienza a correr por la pista, como toma altura, como te vas hasta un quizá, y vuelves a tu isla y yo me quedo aquí, donde siempre, ante una hoja en blanco en la que quiero escribir lo que siento, y, por primera vez, tengo pudor de contar algo que siento tan nuestro; y me asusta dejarme un solo milímetro de nuestro tacto aquí, de nuestros besos, nuestros abrazos, nuestras caricias o nuestro sueño compartido desnudos bajo la misma sábana en mi estrecha cama, que hoy me esperará fría y ancha, demasiado ancha para 80 cm.

Y todo esto para decir que sí, que te echaré de menos, aunque no deba decirlo, aunque no quieras saberlo…y aunque hayan sido solo 3 días extraños, de lazos rojos, de sonrisas, de mensajes sin respuesta, de amigos, de risas y de túyyos…que sí, que, aunque no quiera decirlo, aunque no deba, te he querido…