Ayer, mientras recogía mis cosas, mientras empaquetaba lo poco que quedaba de mí en este cuarto, donde ahora estoy sentado, donde escribo y escribía, encontré, al recoger el último cajón, en el fondo, perdido o escondido, pues no sé si lo guardé para devolvértelo o para no volver a verlo ni a verte, aquel colgante en forma de doblón con un brillante rojo en medio, y con un cordón de cuero. Recuerdo que era especial para ti, y recuerdo también que lo dejaste aquí olvidado aquella última noche, cuando yo quería que todo fuera perfecto y a ti te dolía el estómago. La última noche que me sentí temblar al amar a alguien.
Ahora, lo tomo entre mis manos, y lo miro embobado, pensando en lo triste de habernos perdido, en que mi vida se ha vuelto cómoda y no tengo nada que contar, porque apenas vivo nada. Que extraño nuestros días confusos y traviesos, haciéndonos daño y dándonos placer sin ser del todo culpables pero nunca inocentes.
Y echo de menos leerte cuentos sentados en un banco de aquel parque a las 2 de la mañana, o desnudarnos en portales para amarnos impulsivos guiados por las ganas y el instinto, cegados. Echo de menos llevarte al teatro, escapar por las mañanas para irnos a pasear por debajo de árboles mientras esperábamos a que tu casa quedara vacía, para poder disfrutar de unas sábanas, aunque fuera con urgencias. Echo de menos morder tus pezones, intentarte convencer para atraparte con mi objetivo, sentir tus labios rodeando mi sexo y haciéndome suspirar, tu delicadeza en cada una de tus atenciones, acabar sucios de revolcarnos en el suelo de aquella carbonera mientras hacíamos el amor y yo destrozaba las punteras de mis zapatos. Echo de menos el buscar cuartos con armarios y camas para pagar por horas para disfrutarnos en un lugar un poco más íntimo, aunque tan gastado. Echo de menos nuestros reproches cuando aparecía alguien más en medio de nuestros juegos, besarnos y salir corriendo, huir y hacer el amor solo para parar el tiempo, para no crecer más allá de nuestro momento confuso.
Ahora somos gente decente, normal, con una vida llena de estabilidad y responsabilidad, cada uno con su camino. Y seguramente, a los dos, nos comen el hastío y los recuerdos. Y por eso no te llamaré para devolverte tu colgante. Creo que lo dejaré aquí, en esta habitación que vio nuestra última noche, cuando te tomé en brazos, cuando te cuidé, cuando por fin te di lo que los dos merecíamos.
A veces, lamento que pudiéramos pararlo.
2 comentarios:
A veces pienso si no será posible de repente dejarlo todo y decidir llevarse por la locura de los días. Al fin y al cabo, en un mundo de locos, el estar cuerdo es una locura.
Creo que las cosas tienen su tiempo y pasan. Y que nos quedamos o escondemos el resto, en cajones y con forma de colgante, por ejemplo.
Saludos.
Publicar un comentario