sábado, marzo 07, 2009

arde (cuando ya no quede nada)

Al día siguiente, no podían cruzar palabra.

Ella se levantó, aún desnuda, y se encaminó a la ducha. Antes de cerrar la puerta del baño, miró hacia él, que se hacía el dormido entre las sábanas. Trancó la puerta, algo que nunca había hecho antes, y empezó a dejar que sus lágrimas se confundieran con el agua que ya empezaba a recorrer su piel.
Cuando ella se levantó, el continuó inmóvil, sin atreverse si quiera a abrir los ojos, fingiendo dormir, como llevaba haciendo toda la noche. Al oír el pasador del pestillo del baño, se atrevió a abrirlos, para dejar brotar lágrimas que empaparon la almohada.
Al salir del baño, le vio sentado en el borde de la cama, y se sentó en el otro extremo de espaldas a él, aún envuelta en la toalla, que no se atrevió a quitarse, hasta que el entró en el aseo.
Tras correr el cerrojo del baño, suspiró apoyado contra la puerta, intentando digerir las lágrimas que se había tragado en el camino de la cama al baño. Una vez en la ducha, el llanto volvió a anidar en sus ojos.
Ya vestidos, y sin olor ajeno en su piel, se disponían a abandonar aquella habitación de hotel en la que todo empezó, hace 8 años, encerrados en el silencio de saberse en medio de un adiós. En un último acto de orgullo, y quizá también de necesidad, el saltó sobre la cama, arrancando de entre las mantas las sábanas, y las metió en la bolsa de la lavandería.
Tras abandonar el hotel, y ya en el coche, la habló para pedirle que fueran a algún descampado, un lugar desierto. Ella, sin preguntar ni decir nada, arrancó y tomó la dirección hacia ninguna parte.
En medio de aquel parking de aquel polígono industrial, aquella mañana de domingo, colocaron las sábanas hechas un ovillo y las rociaron con lo que quedaba de absenta en la botella de anoche. Después, tiraron una cerilla, y vieron arder hasta la última ceniza aquellas sábanas. No querían que nadie se bañara en su deseo, que les robaran lo poco que tenían, y que habían decidido romper.
Al apagarse el fuego, ella subió al coche, y, tras un gesto de él con la mano, arrancó hacia la nada; lejos. Él comenzó a andar, buscando una salida que le llevara hasta la carretera de la estación, en busca de un tren que le llevara lejos.

Y, después, ya no quedó nada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Somos dueños y esclavos de nuestras elecciones. Nadie les obliga a separarse más que ellos.

Saludos.

ríoabajo dijo...

Llegar aqui es como llegar a un oasis de emociones, ¿quien dijo que el dolor no forma parte del oasis?
Un abrazo